¿Por qué su madre, un vagabundo y su esposa e hija fueron claves en la vida del trovador?
Todos tenemos ángeles, musas inspiradoras, seres especiales que marcan nuestra historia y se convierten en claves fundamentales para no caer. Ángeles que nos tienden su mano y su alma cuando la vida nos cierra todas sus puertas. Y gracias a ellos, respiramos y sentimos que tenemos otra oportunidad.
Facundo Cabral, el poeta, artista, cantautor y recitador de esperanza, necesitó de estas personas en varios momentos. Y nunca las olvidó. Por el contrario, las tuvo presente en muchos de sus monólogos e historias más profundas. Te contamos quiénes fueron y qué significaron para su trayectoria de vida.
Su madre, Sara, es la primera persona que lo definió, lo marcó desde el vientre y para siempre. La misma noche en la que Facundo nació, el padre abandonó a Sara y a sus seis hermanos. Y fue cuando ella decidió emprender un viaje hacia la Patagonia argentina. Un recorrido extenso, doloroso, pero sanador. Partió con sus hijos, sola, ingenua y temerosa, y esa especie de nomadismo marcó profundamente a Facundo y dejó una herencia que el dinero no hubiese podido comprar nunca: la valentía y el amor por la existencia a pesar de todo.
“De mi madre aprendí que nunca es tarde, que siempre se puede empezar de nuevo. Ahora mismo le puedes decir basta a los hábitos que te destruyen, a las cosas que te encadenan, a la tarjeta de crédito, a los noticieros que te envenenan, al miedo que heredaste, porque la vida es aquí y ahora mismo”.
Facundo Cabral siempre valoró la sabiduría simple y profunda de su madre. El conocimiento que sólo la vida y la calle pueden dar. Recuerda continuamente que antes de marcharse a los 9 años a Buenos Aires buscando un futuro, ella le dijo: “este es el segundo y último regalo que puedo hacerte; el primero fue darte la vida y, el segundo, la libertad para vivirla, yo ya no tengo más regalos para ti”. Y nuestro poeta grabó estas palabras a fuego en su corazón. Siempre libre, siempre hombre de alas, siempre deseando volar.
Pero, aunque omnipresente, las musas inspiradoras de Cabral no se agotaron en Sara. Una tarde, tal como él mismo cuenta, recorriendo la playa del Mar de Ajó, la vida lo cruzó con otro espíritu libre y sabio. Alguien lo saludó, “Hola, príncipe” y eso, a sus 17 años, lo llenó de preguntas, “¿Cómo príncipe?, le dijo Facundo; ¿Y cómo llamas al hijo del Rey? Y señaló el cielo, casi me desmayo. Le creí y eso me cambió la vida”. Se trataba de Simón, un mendigo que había sido médico y se había dedicado a andar por el mundo luego de tomar conciencia de su vida mediocre.
Simón lo acercó a lo infinito, a la presencia de Dios, Jesús y la Biblia. Presencias que nunca abandonaría y que marcarían su esencia y su impronta. Al igual que filósofos y escritores como Whitman y Borges. Mixtura que hizo nacer al juglar, al contador de historias, tal como a él mismo le gustaba autodefinirse.
Pero la vida le guardaba tantas otras sorpresas… y pesares que fueron transformadores. La muerte de su esposa, Bárbara y su hija en un accidente aéreo también fue un hecho que Cabral reconoce como un volver a nacer.
Había conocido a su esposa en un restaurante cuando él tenía 40 y ella 18. Un amor febril, intenso, libre y desenfadado. Luego, quedó embarazada. “Me pareció la cosa más increíble del mundo. ¿Yo, padre? Inconcebible. Y después vino el accidente. Ella tenía que tomar un avión en Chicago, y yo no llegaba, pero le dije: “Anda, mi amor, que yo voy más tarde, en otro vuelo”. Era 1978. Mi hija tenía un año”.
“Me di cuenta que la vida es más fuerte que todo dolor. Y ese fue un segundo y definitivo nacimiento porque supe quién era”.
Una vida tan rica y diversa como la del poeta, seguramente no se agota en estas personas. Pero definitivamente fueron puntos de giros en la narración de su historia. Cada letra, cada sonido y cada mirada del mundo, estuvieron atravesadas por personas como estás. Y vale la pena traerlas porque forman parte de la fascinante vida de Facundo Cabral, la vida que quedará retratada en esta película.
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